20.6.06

¿Por qué renunció Facundo Pereyra a la APT?

Nuestro blog es un espacio para la reflexión y el debate, es por eso que encontrarán material polémico y muchas veces silenciado por nuestra propia casa, la Asociación de Prensa.

A continuación, reproducimos la renuncia de Facundo Pereyra, integrante de la CTP, a su cargo de secretario Gremial de la APT.

San Miguel de Tucumán, 7 de febrero de 2005.

A la Comisión Directiva de la Asociación de Prensa de Tucumán
y a los compañeros del gremio

Me dirijo a ustedes para informarles que renuncio al cargo de Secretario Gremial de la APT, y también al de vocal de la Obra Social del Personal del Prensa, que aún no asumí formalmente. Creo que hay otra forma de hacer política, muy diferente a la que se instrumenta en nuestro gremio. Creo en la participación, en la pluralidad y en la transparencia como elementos distintivos del dirigente y de la organización.
Renuncio, entonces, por el hastío que me provocan situaciones que no comparto, y como parte de un sinceramiento (considero que debería generalizarse) al que llego por mi sostenido compromiso con nuestro gremio y por la honestidad y honradez con las que planteo cada acción de mi vida.
Además de motivos personales, me llevan a tomar esta decisión situaciones colectivas que me resultan intolerables por responder a esquemas no compartidos de conducción y generación de políticas gremiales, sociales y culturales. Algunas de ellas paso a detallar a continuación.

El nuestro es un sindicato que no pudo todavía encarar sus conflictos gremiales con la suficiente fuerza y madurez. La falta de participación de los afiliados es una clara muestra de ello, y una de nuestras más grandes falencias institucionales. Ello tiene, por lo pronto, dos evidentes razones: la destrucción de la cultura de la solidaridad, perpetrada durante el menemato, y la incapacidad de la organización para ponerse al frente de una lucha reivindicativa que lleva al menos 10 años de atraso.

Si bien en los últimos 15 años, el gremio pudo salir de su acotada visión para convertir a la obra social en una de las más fuertes y poderosas y al sindicato en una institución respetada e influyente, no se logró iniciar el proceso de transformación de la cada vez más dura realidad de cientos de compañeros precarizados.

El contraste entre la bonanza de la obra social y los $ 200 por mes que ganan movileros y empleados de radios, o los aparentemente eternos desbarajustes en El Siglo, muestran que la acción gremial no está siendo tomada con la suficiente seriedad por parte de toda la dirigencia, desoyendo así el reclamo de las bases.
Son varios los directivos que prefieren esperar a fin de mes para cobrar su cheque por gastos de movilidad y viáticos (y hasta autoasignarse una especie de aguinaldo) en lugar de ponerse al frente de la lucha por la dignidad de los trabajadores de prensa. Esos dirigentes hacen más difícil el camino hacia una apertura realmente democrática y participativa en la APT, y echan para atrás los esfuerzos de los pocos militantes que desinteresadamente aceptan el desafío de enfrentar los conflictos que nos afectan.

Esa forma de actuar, de dejar que en la APT todo transcurra muy lenta y desorganizadamente, sin apostar por la inclusión, la formación y la capacitación de nuevos dirigentes, sea tal vez una de las formas de mantener la hegemonía y el control sobre la económicamente exitosa estructura de la obra social, y de uno de los sindicatos de mejor prestigio e imagen pública.
Por eso, tal vez, quienes nos paramos con firmeza contra los individualismos y las decisiones inconsultas, pasamos a integrar un sector bastardeado y segregado. Un grupo que viene siendo sistemáticamente silenciado y relegado con la fuerza de los números. Nunca de la razón. Y debemos ir aprendiendo que la fuerza de uno no vale nada si no está rodeada por la fuerza de todos.
En cada congreso de la APT discutimos los grandes trazos de la política gremial. Pero ese debate no se tradujo en un proyecto institucional y orgánico, que logre aglutinar a dirigentes, militantes y afiliados. Esa carencia se debe esencialmente a la falta de espacios internos de discusión y formación, y genera el ingreso a ciertas áreas del gremio de personas con muy disímiles objetivos individuales y colectivos. La ausencia de estas políticas tiene sus razones y sus responsables.

La historia sindical argentina está repleta de ejemplos de organizaciones que fueron burocratizándose al poner a la estructura económica por encima de la política, relegando así la acción gremial. Muchos de los mejores y más capacitados dirigentes terminaron convirtiéndose en tecnócratas que se alejaron de las bases y pasaron a formar una tediosa casta de sindicalistas ricos con afiliados pobres. En muchos aspectos nuestra organización parece ir por ese camino.

La presencia de compañeros que dependen económicamente de la estructura tiene, por un lado, el noble y loable objetivo de ayudar a los que más lo necesitan; pero, por el otro, se convirtió en la forma de tener adeptos dispuestos a ir al choque en los debates que se formulan, aunque esa confrontación se da generalmente en el frente interno y no en la lucha gremial hacia afuera, contra las injusticias de los empresarios y del poder. La militancia tiene sus costos, y la organización debe cubrirlos. Pero quienes reciban viáticos deben estar capacitados y liberados de presiones servilistas.
También es para destacar la falta de apoyo casi constante, y de iniciativa, de la mayor parte de los directivos a la hora de enfrentar conflictos gremiales.

En nuestra rica y poderosa obra social es donde más se percibe el manejo arbitrario e inconsulto de los recursos monetarios y humanos. Por ejemplo, de las 5 propiedades adquiridas en 2004, se discutió la necesidad y oportunidad de sólo 2 de ellas. Las otras 3 se compraron directamente. En ninguno de los casos se hizo un análisis pormenorizado de las necesidades o de los servicios que cada casa cubriría.

Tal vez no todas eran necesarias, y se podría haber invertido el dinero en otras cuestiones también relevantes. Se trabajó sobre la marcha, sin planificar ni evaluar la utilidad de cada una, y aún después de las compras se discutía a cerca del destino que tendrían y de los cambios en su diseño y edificación.
El crecimiento de la obra social, debido casi exclusivamente a la muy buena gestión de algunos de los actuales dirigentes, llevó a quienes vienen conduciéndola a actuar a las apuradas, en pos de resolver los problemas que fueron surgiendo. Pero la falta de apertura hacia los afiliados y hacia la propia estructura de la APT, los fue dejando en soledad en la toma de decisiones, con la consecuente ampliación del margen de error. También permitió la consumación de arbitrariedades por parte de dirigentes que suelen reunirse en semi o total secreto en un hotel, para tomar las resoluciones más importantes.

No podemos dejar de cometer errores porque estamos tratando de hacer algo nuevo, en condiciones difíciles. No es un pecado cometer errores, sino volver a hacerlo, ocultarlos y no analizarlos. Debemos ir sobre nuestros errores para que no se repitan.

Un punto aparte en el análisis merece la reforma del estatuto de la obra social. El 14 de diciembre pasado, un día antes del vencimiento del plazo ampliado que otorgó la Superintendencia de Servicios de Salud para renovar las autoridades, se tiró sobre la mesa de la Comisión Directiva de la APT un nuevo modelo de estatuto que incluye, entre otras cosas, la ampliación de 5 a 8 de los miembros del Consejo Directivo de obra social (ese día fui designado vocal 3º). Se estableció, además que el mandato de las autoridades electas en esa oportunidad se extendiera a 4 años, hasta 2008, para unificarla con la gestión de la APT (dura 3 años). ¿Por qué no se nombró un consejo provisorio por un año, para que la unificación de mandatos se hiciera efectiva en 2005, cuando se renueven las autoridades del gremio que designan a los de obra social?
Oscar Gijena lo explicó claramente en una reunión posterior: si nos ganan el gremio, van a tener que convivir con nosotros, y si hacen bien las cosas, los vamos a acompañar. Lo que se disputa, continuó, es el poder (económico). Palabras más, palabras menos, fue el sinceramiento de la intención de perpetuarse en la conducción, o al menos de condicionar a los futuros directivos de la APT.

A este punto sólo se opuso la secretaria de Actas, Mariana Nofal. El desconcierto, la fatiga y el hartazgo me mantuvieron en silencio hasta hoy ante tamaña arbitrariedad, de la que no puedo ser cómplice. Este episodio es una muestra más (bastante grave) de cómo se construye poder con los recursos de la obra social.

Otro de los cuestionamientos importantes que hice durante mi gestión fue el de la incorporación a la planta permanente o como contratados a la obra social de familiares de algunos directivos, siempre con el argumento de la necesidad y la urgencia. Esa conducta no ha sido corregida por los responsables.

La discusión y la acción deben apuntar justamente a desarrollar una forma distinta de hacer política, un modo diferente de encarar nuestros conflictos sectoriales y también las condiciones que nos afectan como miembros de una sociedad tan compleja como injusta. Pero para que la discusión sea posible hacen falta más dirigentes en condiciones de conducir este proceso de construcción.
Es por este, entre otros motivos, que no puedo asumir como vocal de la obra social, una designación que debería enorgullecerme por los inocultables logros de nuestra institución.

Cada una de las cosas dichas en esta carta de renuncia fueron expresadas en su oportunidad, ya sea ante la Comisión Directiva o personalmente a algunos directivos. Por ello no creo que los planteos sean novedosos, y remarco aquí la ausencia de animosidad o mala intención de mi parte.

Este escrito no pretende ser una denuncia sobre hechos que, a mi criterio, no son actos de corrupción sino de manejo discrecional de los recursos económicos, que podrían derivar en situaciones mucho más complejas y delicadas. Por ello, no creo necesario detallar por ahora los episodios que considero cuestionables. También es la intención remarcar lo que considero que es una desacertada línea de acción política y gremial.
La confianza mutua es fundamental entre los miembros de una organización política que pretende aportar su granito de arena a la transformación social. En la APT esa confianza se fue perdiendo con gestos y actitudes que perturban a unos y a otros. No creo que haya malicia, pero las diferencias en la praxis política calaron hondo en las relaciones interpersonales de los dirigentes.

Esa falta de confianza se manifestó reiteradas veces como diatriba o calumnia. Algunos dirigentes pasamos a ser tildados de "enemigos", y algunos militantes y hasta empleados sufrieron aprietes en busca de definiciones innecesarias y ridículas. Los apretadores pretendían que los compañeros se definieran: estás con ellos o con nosotros. Estaban planteando así una división (interna) que responde a las claras diferencias que vienen apareciendo entre los dirigentes del gremio. Y evidencia también que empezaron a prepararse para una dura disputa electoral que podría terminar con su hegemonía y, así, con sus privilegios.

Corresponde aclarar que, por mi organicidad y respeto a las decisiones de la mayoría, no integro hasta el día de hoy ningún "nosotros", y mucho menos un "ellos". No integro facciones o grupos en la interna de la que vienen hablando desde hace varios meses. Parte del sinceramiento que propongo apunta justamente a no mezclar los tantos, y a no participar en componendas, sino más bien en contiendas claras y frontales.
Milito en el gremio para construir. No pretendo ocupar cargos a menos que formen parte del camino hacia una transformación real y profunda de las reglas de este perverso juego en el que siempre perdemos los trabajadores.

La renuncia de Fabio Ladetto como secretario de Organización, en noviembre pasado, marcó un punto de inflexión que, sin embargo, no generó autocríticas ni cambios de actitud. Durante estos últimos años compartí con él muchos análisis y críticas (varios fueron señalados por él en su renuncia, otros acá, en la mía), pero no me fui cuando lo hizo él porque consideré que era posible seguir peleando desde adentro para cambiar esas actitudes que considero nefastas. Me equivoqué, y lo ocurrido en la obra social con el cambio de autoridades (en realidad de trató de tres incorporaciones y del mantenimiento del resto, decididas luego de la renuncia de Ladetto), así lo demuestra.

La decisión que tomo hoy no es sencilla. Dejo en la APT interminables horas de trabajo junto a muchos valiosos compañeros, dejo ilusiones y varios asuntos pendientes, aunque también varios logros y conquistas muy importantes. No es mi intención detallar todo lo perdido y lo ganado en este lapso por la APT, sino solamente marcar algunas de la cosas con las que no estoy de acuerdo o que generan malestar en varios compañeros. También, algunas ideas de cómo debería ser conducido nuestro gremio.

Pero en la balanza está pesando más la máquina de impedir que se montó en el gremio, y la de transgredir patrones de conducta; no creo posible poder continuar así. Sería incoherente con mis objetivos, mis ideales y mis pautas éticas; y es lo último que quiero hacer.
Por eso, si el cambio no es posible en las actuales circunstancias por falta de voluntad, decisión, capacidad o por la conveniencia de algunos dirigentes, prefiero dejar ahora los cargos y continuar la lucha en cada espacio que se abra o se genere. Las enseñanzas y la capacitación adquiridas en este tiempo estarán a disposición de los compañeros que lo necesiten.

Hasta siempre.

Facundo Pereyra

1 comentario:

Anónimo dijo...

La verdad que no sé quién es Pereyra. Seguro que fue él quien creo este blog. Si es así pobre tipo. Le mando un beso y que `no hable mal de un gremio que el fue parte.